Fernando Guerra, Economista. Magister en Estudios políticos y económicos. Profesor Universitario. Colaborador de revistas nacionales. Autor de varios libros sobre desarrollo y política petrolera y asesor en el Departamento Nacional de Planeación, nos da sus impresiones a propósito del Día del Agua a través del siguiente texto que escribió para la comunidad de la UPN.
El Día mundial del agua, elemento fundamental de la vida, se celebra desde el 22 de marzo de 1993, a instancias de la ONU, preocupada por su crisis en todo el planeta. La Historia del agua es en sí misma, la descripción maravillosa de la historia del hombre sobre la tierra y su viaje a través del mundo del agua para transformar el paisaje, la economía, la política, la sociedad.
El agua ha determinado nuestra evolución social desde las primeras civilizaciones de agricultores sedentarios en las fértiles riberas de los ríos Nilo, Tigres y Éufrates, donde apareció el Homo Sapiens, que marcaron su viaje a lo largo de los milenios y de los continentes. El paso al sedentarismo, a la irrigación, a la agricultura y a la explosión demográfica, a la que dieron orígenes esos cambios, se dejarían sentir a lo largo de los siglos.
En 1900, un tercio de toda la energía procedía de la fuerza humana. Un siglo más tarde, el trabajo humano representaba solo el 5%, mientras que el uso total de la energía se había multiplicado por 10. Esa transición energética fue una historia hídrica, con un extraordinario poder de los ríos cuya intervención cimentó el principio del Estado, una poderosa herramienta pública y económica capaz de invertir importantes recursos públicos para modificar el medio ambiente en pro del bien público.
Transformar el territorio alrededor del agua, uno de los nodos principales del Plan Nacional de Desarrollo, Colombia potencia mundial de la vida, en discusión en el en el Congreso de la Republica, es una poderosa e inmensa idea que todo el país debe apuntar como un propósito nacional de desarrollo que implica una relación diferente entre la gente, el Estado y el territorio.
Rescatar la cuenca Magdalena-Cauca y sus afluentes que abarcan el 24% de la superficie del país, donde palpita la nación, donde viven 32.5 millones de colombianos congregados en 724 municipios, entre ellos, las urbes más grandes del país, donde se produce el 70% de la energía hidráulica, se localiza el 70% de la producción agrícola y el 50% de la pesca de agua dulce en declinación, es fundamental para el rescate de la economía nacional y de la paz.
El desastre que hoy se presenta en vastos lugares de la geografía nacional es producto del insensato abandono de nuestras cuencas hidrográficas y de la severidad del cambio climático, pero sobre todo de la negligencia de las administraciones nacionales en relación con el agua. Colombia es rica en agua, pero esa riqueza se nos convirtió en una tragedia nacional anunciada que se repite cada año. Somos ricos en agua, pero en un mundo donde este líquido vital es cada vez más escaso, desaprovechamos esa oportunidad que nos regala la geología. Aunque hacemos parte de uno de los nueve territorios del mundo con mayores recursos de agua, un tercio de su población urbana está afectado por estrés hídrico. El país se deshace al paso de las aguas. El lodo, las montañas de gelatina de un mundo joven se derraman sobre el mundo aupados por una ingeniería muy deficiente y los pobres sufren hasta el infinito las inclemencias del tiempo implacable.
Ojala las elites empresariales y las fuerzas más oscuras del espectro político colombiano que le apuestan al fracaso del gobierno que pretende construir una economía para la vida entendieran la oportunidad y la necesidad de ordenar el territorio alrededor del agua, como una autopista necesaria a la reconstrucción de la economía nacional, como ha sido la experiencia de los países centrales que han utilizado el dominio del agua para alterar el paisaje y sobre todo sentar las bases de su prosperidad, de su industria, de su agricultura.